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¡La rumba es de toda Cuba!

El cadencioso estribillo de Rumbatá estremece la Plaza de los Trabajadores y se expande por todo el centro histórico de Camaguey, ciudad patrimonial con una fuerza cautivante que a muy pocos deja impasibles.

El hecho artístico no transcurre en las afueras de la comarca ni en sus barrios más apartados: los toques y los cantos resuenan en el corazón mismo de una urbe que se distingue por una cultura secular que no desdeña ninguno de sus valores identitarios.

Mucho tienen que agradecerle estas llanuras, sin embargo, a la perseverancia y el talento de Wilmer Ferrán Jiménez, el incansable creador y director de la agrupación, quien se ha encargado de poner a la rumba en el lugar que le corresponde.

No se trata, en modo alguno, de una cuestión de moda, oportunismo coyuntural ni embullo pasajero, atraído quizá por la inclusión, hace apenas dos años, del género musical en la lista representativa del Patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Más de dos décadas atrás, Wilmer tuvo el acierto, para bien de Camagüey (no precisamente una de sus plazas tradicionales) y de toda Cuba, de fundar a Rumbatá, grupo que ha logrado ganar un público amplio y diverso, sobre todo entre la masa juvenil.

Lo «diferente» de la agrupación puede encontrarse lo mismo en la exquisita afinación de sus coros, en el calibre de su percusión,  en la imagen musical y escénica que proyectan, o en la manera espontánea, casi familiar, de compenetrarse con el público.

Tales atributos, más el imprescindible respaldo institucional, llevaron a Wilmer a involucrarse en una nueva aventura creativa: en el 2014 creó Rumbatéate, evento bienal que acaba de festejar su tercera edición con un saldo muy favorable en todos los órdenes.

Gracias a su bien ganado prestigio, los camagüeyanos han podido disfrutar el arte de algunos de los principales cultores del género, como Muñequitos de Matanzas, Rumberos de Cuba, Ochareo, Awo Aché y Rumbávila, entre otros.

Pensado mucho más allá de la actuación de las agrupaciones en estrecho contacto con el pueblo, el evento ha enriquecido su programa con conferencias y talleres que estimulan el interés por las raíces, valores, maneras de hacer y tendencias de la rumba.

El resultado es, sin duda, alentador. A partir de una esmerada concepción y organización, Rumbatéate gana en seriedad y madurez de edición en edición y se consolida como espacio de preferencia para los seguidores del género en el país.

Es también, al decir del propio Wilmer, una modesta contribución para borrar, apartar y eclipsar definitivamente los estigmas, enfoques despectivos e imágenes preconcebidas que arrastra la rumba a sus espaldas desde tiempos inmemoriales.

La mejor prueba del cambio positivo a favor de uno de los signos identitarios de la nación es la asistencia masiva del público a los conciertos, no como espectador apacible, sino en sano disfrute de un ritmo contagioso lleno de gracia, sensualidad y esplendor.

Si bien no es la única, la experiencia camagüeyana demuestra cuánto puede hacerse para visibilizarla e insertarla en el entramado cultural del país, un lugar y un derecho que se ganó por mérito propio, porque… ¡la rumba es de toda Cuba!

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